Monday, October 12, 2009

MUJERES. Presidio politico cubano. Parte 3



Lo que Iliana nos cuenta.

No se trata de montañas enlazadas entre sí o prominencias parecidas en forma de lomo. Se trata de algo totalmente inhumano como lo es un traslado de prisioneros a diferentes cárceles en la isla.

Fue una madrugada intensamente fría cuando decidieron trasladarme desde “Manto Negro” en La Habana hacia otra provincia. Luego de despertarme con el ruido del carro-jaula en las afueras de la celda donde me tenían castigada, entró un oficial con cargo de psicólogo que se encontraba de guardia operativa. La orden inmediata de recoger mis cosas me hizo preguntar ingenuamente sí sucedía algo en mi casa. Lo primero que me vino a la mente es que hubiera sucedido algo con mi familia y me llevarían a verla. Una respuesta típica de un esbirro que no se hizo esperar: “Nadie se ha muerto. Recoge que te vas”. Mi preocupación fue en aumento. El día anterior había lavado unas medias de lana que cubrían mis piernas del penetrante frío, y aún estarían mojadas. Me las habían tendido en el “pollero” a donde me sacaban a coger sol para secarlas. Así que tuve que salir con unas medias que apenas cubrían mis pies, con una temperatura casi glacial.

El psicólogo, que servía a la vez de torturador, me llevó al carro-jaula con mi limitado avituallamiento. Todo lo que me habían supuestamente guardado, nunca lo recuperé. Era aproximadamente las cuatro de la madrugada o algo así. Estaba oscuro aún. Ya dentro del carro, me cerraron con candado y echaron a andar. No tenía idea a donde me llevaban. Pensé que pudiera ser trasladada a Matanzas. Después de un rato, el carro paró y abrieron el candado. Al bajar me esperaba un oficial con grados de Mayor. Era el operativo de guardia de la prisión. Pregunté adónde me encontraba y me dijo: “En el Combinado del Este”. Mi sorpresa fue grande. “¿Qué hago yo en una prisión para hombres?”, pregunté. La respuesta rápida y fría fue: “Ya sabrás. Tienes que esperar”. Me condujeron a un lugar que decían era la enfermería. Más bien era la parte de afuera adonde había unos asientos y allí me dejaron. Me senté, pensando en qué iba a pasar. ¿Por qué estaba sucediendo esto? Retrocedí en mi mente y recordé al esbirro de la Seguridad del Estado con grados de Mayor que se hacía nombrar Alexis. Un alcohólico y corrompido agente que fue a verme a una celda de castigo en que me habían encerrado estando en el Correccional ubicado al lado de la prisión. Era una continuidad de “Manto Negro” para condenas a trabajo forzado. Lo primero que me dijo fue que me iba a desaparecer de La Habana, que me iba a mandar tan lejos como pudiera. Que la gente como yo tenía que recibir un castigo severo. Pero con esto a quien más castigaban era a mi familia. Una manera de ensañarse porque el odio es demasiado fuerte para los que dicen respetar derechos humanos.

Alrededor de las 9 de la mañana me fueron a buscar. Un guardia me trasladó de nuevo a la entrada de la cárcel, al lado de una garita había un oficial con grados de capitán de la raza negra. Era ágil y nervioso. Tenía una tablilla en sus manos y hablaba con varios presos esposados que ya estaban entrando a una rastra larga cerrada con una cerca peerles. Los presos vestían de gris y habían muchos de la raza negra. Me senté en un banco para esperar me llamara, y al rato se me acercó. Me dijo: “Oye, ¿tú eres de Camagüey?” Lo que más recuerdo en ese momento fue un sentimiento de rabia, impotencia y preocupación. Era tan injusto y sádico enviarme tan lejos, que apenas balbuceé: “No, yo ni siquiera conozco Camagüey. Soy de La Habana”. El capitán, rápido como un tornado me dijo: “¡Te embarcaron, pepilla. Te embarcaron!”.

Me senté nuevamente en el banco y a mi mente me venía el sufrimiento de mi madre y de mi familia en general. Que cuando se enteraran sería muy duro para ellos. En los viajes hasta esa provincia tan lejana, con un sistema de transporte público precario. De la crueldad de un sistema que te encarcela injustamente y hace todo lo posible por destruirte. De la indefensión y la soledad que te calan el alma. Mis ojos se nublaron con ganas de llorar. Pero no podía hacerlo. No podía demostrarles mis sentimientos, ni mi preocupación por lo que estaba pasando. El mundo se hundía ante mí. Era desconcierto y coraje a la vez. Eran tantas cosas que me resultan ahora difíciles de explicar.

El Capitán en cuestión provenía de la Dirección Nacional de Cárceles y Prisiones. Tenía una ligereza impresionante y un carácter bastante agradable para la labor que realizaba. Contrastaba con la mayoría de los oficiales y guardias que había conocido hasta el momento. Luego de ubicar a todos los hombres en la rastra, fue hasta a mí y me dijo: “Mira, pepilla, a ti te corresponde ir también en esa rastra. Pero teniendo en cuenta que eres la única mujer y que lo que va a ahí no es nada fácil, te llevaré conmigo en el patrullero policial”. Dos carros de patrulla de la policía custodiaban la “cordillera”. Uno iría delante y otro al final. En el patrullero delantero iban cuatro policías y en el de atrás iban tres, incluyendo al chofer. En el asiento trasero iba un policía, el capitán, y yo en el centro. A los policías no le agradó la idea, pero el jefe del operativo era el capitán. Los policías tenían que hacer lo que él dijera.

Partimos alrededor de las 9:20 de la mañana. La rastra iba delante de nuestras miradas. Tenía unos asientos en alto donde iban apostados guardias con armas largas y cinturones llenos de balas en el pecho y la cintura. En sus piernas llevaban unos cuchillos grandes, y en la cintura también tenían una pistola en su cartuchera. Otros guardias iban parados y se turnaban la vigilancia. Era impresionante. Creía estar viviendo una película. Pero era una realidad triste y espantosa.

Un viaje incierto apenas comenzaba. Mi destino estaba a manos de las fuerzas represivas de un régimen que todo lo controla a base de castigo. Donde vivir dignamente tiene un alto precio porque, de lo contrario, tu identidad propia se sumerge en el fango y dejas de ser tu misma para convertirte en parte de un rebaño obediente y sumiso. Comenzaba la angustia, o más bien, continuaba. Ahora con la incertidumbre de lo que vendría.
Apenas habiendo salido de La Habana, el capitán hizo parar a la rastra. Tenían sistemas de comunicación para llamarse unos a otros de cada patrullero. Salió diparado del carro y ordenó abrir la reja. Señaló directamente a un preso de la raza negra que estaba al centro del camión. El preso había mordido las esposas plásticas y las había partido. Tenía las manos libres y ninguno de los guardias lo había visto. Desde el patrullero de atrás el capitán lo captó. Tenía vista de águila. Todo el mundo se quedó estupefacto. Le puso unas esposas metálicas y volvió al patrullero. El material plástico de las esposas es duro como el metal, pero el reo utilizó sus dientes como cuchillo. Era realmente asombroso.

La rastra tenía bancos a lo largo. Dos a los extremos y uno al centro. Los presos íban sentados uno al lado del otro con sus pertenencias en unas bolsas llamadas jolongos. A medida que levantaba el día, todo estaba bien. Alrededor del mediodía llegamos a la prisión de extrema seguridad de Agüica. La rastra se ubicó a la entrada y bajaron algunos presos para esa cárcel. También recogieron a otros. El capitán protestaba constantemente por lo mal que trabajaban en la cárcel y la demora que había para todo. Para los presos trajeron unas bandejas mugrientas con una comida imposible de tragar. Mi bandeja fue a parar a la rastra y alguno de ellos almorzó mi ración. El capitán me permitió salir del carro y caminar para estirar los pies. Estuvimos como dos horas en Agüica y luego volvimos a salir. Había calor, un sol bastante fuerte. El viaje continuó. Esta vez fue largo y tedioso.

En cada pueblo que entrábamos la gente se paraba a mirar de forma curiosa y con lástima. Cuando estábamos en la carretera ningún carro se podía acercar al convoy. Si alguien se arriesgaba a pegarse a la rastra, los guardias le enseñaban las AK-M con sus bayonetas en las puntas y les gritaban que se alejaran. En un momento del camino el camión tuvo una rotura y los guardias se tiraron a la calle como si se tratara de un asalto. Paraban el tráfico y alrededor de la rastra no podía haber nadie. Todo un revuelo peliculero al estilo de Hollywood.

Cada vez que entrábamos a una provincia diferente, los patrulleros cambiaban y teníamos que movernos. Eran otros policías y otros tipos de carros. Los policías eran arrogantes y se molestaban por mi presencia en el carro. El capitán de Cárceles y Prisiones me preguntó por qué yo estaba presa. Le dije que yo había sido condenada por estar en contra del sistema, pero que no me sentía mal por ello. Todo lo contrario. No tuvo una respuesta represiva como esperaba que fuera. Me dijo simplemente que respetaba mi criterio, y ahí quedó todo. Pero, precisamente por ese criterio cumplía una condena de tres años de privación de libertad. Mi único crímen era pensar diferente, y eso bastaba.

Alrededor de las siete u ocho de la noche llegamos a Ciego de Avila. Miradas curiosas por todos lados sabían lo que eso significaba. Me imagino que estarían acostumbrados a lidiar con el panorama a cada rato. Entramos a la cárcel de Canaleta. Nuevamente repartieron bandejas mugrientas para los presos. Mi bandeja la entregué a la rastra y hasta una bronca se formó para cogerla. Dos presos se entraron a piñazos porque querían comerse mi ración. A la hora de comer les quitaban las esposas. Pedí permiso para ir al baño y el capitán ordenó me llevaran al centro donde recluyen a las mujeres. Se trata de una sección donde encierran a las mujeres como depósito hasta que son trasladadas a una prisión para ellas. Canaleta es una cárcel de máxima seguridad para hombres solamente. Entré al lugar donde habían unas pocas literas y algunas mujeres presas. Me enseñaron el baño y me hicieron algunas preguntas curiosas. Una presa común me dijo que pronto iría para la cárcel de mujeres de Camagüey y que se los dijera a las de allá cuando llegara. No recuerdo su nombre. Tenía un punto de tatuaje encima del labio superior que luego supe era propio de las homosexuales que hacen el papel de las mujeres. La presa era reincidente y estaba involucrada en robos o algo parecido.

Al salir del baño, me senté nuevamente en el patrullero. Estaba sola, sentada detrás y un policía abrió la puerta y me quiso sacar a la fuerza. Me negué y me aferré al asiento. Llamé al capitán y éste vino a ver qué pasaba. Le dije que el policía me quería sacar y le ordenó retirarse. Que yo me quedaba ahí sentada y que me dejara tranquila. El policía me miraba con tanto odio que me hubiera matado. Me sonreí con burla. Era mi única forma de vengarme de tanta represión injusta.

Salimos bien oscuros de Canaleta. Acercándonos a Camagüey había un frío terrible. Los pobres hombres que íban en la rastra se tapaban con lo que tenían en sus jolongos. Estaban congelados. Una intensa neblina hizo que los carros apenas se movieran. Iban lentos porque no se divisaba nada. Era de noche y la oscuridad era penetrante, fría y desoladora. El capitán había recibido unos plátanos de fruta maduros de parte de uno de los policías, del chofer, que en su actitud servil le entregó para congraciarse. Yo sentada al centro detrás no había comido nada en todo el día. Tampoco podía tragar, era demasiado el disgusto que tenía para probar bocado alguno, mucho menos eso que llamaban comida en las bandejas grasientas y sucias que nos entregaron. El capitán inmediatamente me entregó los platanitos. Me dijo: “Pepilla, no has comido nada. Toma, esto para ti. Si no quieres ahora, guárdalos y cómetelos después”. La cara del policía era de piedra, me imagino su rabia y su odio contenido. Yo no los probé, pero los tomé en agradecimiento de una actitud que no concordaba con los demás. Lo consideré un caballero, a pesar de nuestras ideologías tan diferentes y los caminos desiguales que llevábamos.

Ya bien tarde, aproximadamente a las 12 de la noche llegamos a Kilo-5. La cárcel de extremo rigor para mujeres en toda Cuba. Allí había una Primer Teniente llamada Ofelia que estaba de guardia operativa. Me estaban esperando desde hacía rato, pero el convoy se había demorado más de la cuenta. El capitán bajó mi jolongo, entregó mi expediente, que al abrirlo, la oficial dijo: “Una C.R., ya tu sabes”. C.R. significa “Contra Revolucionaria”. “Efectivamente” -les dije- “y me buscan una celda en solitaria ahora mismo. No quiero galeras”. Me dijeron que no, que iría a galera y que hablaríamos al día siguiente. El capitán me dio la mano y me dijo: “Pepilla, pórtate bien para que salgas pronto. Cuídate”. Salió con su paso apurado y empezó a dar órdenes para continuar. La “cordillera” se dirigía ahora a Kilo-7 y Kilo-8, cárceles construídas detrás de Kilo-5, porque Camagüey es una de las provincias que más prisiones tiene. Luego continuaría hasta Guantánamo.

La “cordillera” continuó su andar en el frío de una noche triste y dolorosa. Los hombres íban a parar a sus cárceles, y yo estaba en la mía, en la que sádicos oficiales de la Seguridad del Estado habían escogido para sacrificar a mi familia desde La Habana. Parada en la puerta de la reja principal no sabía qué me esperaba. Una incertidumbre hacía que mi corazón golpeara fuertemente y mis sentidos se agudizaran al máximo temiendo lo peor. Lo desconocido siempre causa temor, y de eso ni los más valientes están exentos. Yo no me consideraba como tal. Simplemente sabía que tenía que afrontar nuevas vicisitudes en un mundo incierto y confuso. En un mundo brutal y salvaje como es una cárcel de mujeres.

En ese mismo momento la “cordillera”, quizás, ya estaba entrando en Kilo-7, para luego continuar su camino impasible y solitario. Dejando a otros que, como yo, les esperaba el sufrimiento de verse alejados de su familia. Desterrados en nuestra propia tierra por órdenes crueles de quienes no respetan la condición humana. ¡Dios los perdone! Yo, jamás podré.






RECUENTO PARA LA HISTORIA
Por: Ninoska Pérez Castellón


Los que a diario hablamos ante las cámaras, nuestra credibilidad se basa en la seriedad y, por supuesto, los hechos que substancian nuestras opiniones.

Cuando digo que Miami es una ciudad de victimas, 50 años de dictadura en Cuba avalan esa aseveración. Víctimas somos todos, por el simple hecho de haber perdido nuestra patria y cada cubano es una historia de dolor. La separación familiar, la privación de libertad, pero el ensañamiento del régimen castrista con sus adversarios es el verdadero reflejo de la crueldad llevada a extremos.

Ningún hecho lo demuestra más que el presidio político de mujeres en Cuba.

Nelson Rodríguez Diéguez, se ha dado a la tarea de documentar este crimen en pleno siglo XX, con las fotos de más de 350 mujeres que transitaron el difícil y tortuoso camino del presidio político en Cuba. Sus rostros, número de causa y años cumplidos bastan para decirle al mundo que en ningún otro lugar del planeta ha ocurrido semejante fenómeno de mujeres padeciendo 10, 15 y hasta 19 años en condiciones inhumanas.

Cari Roque, una joven mujer que cumplió 16 años en prisión y salió para enfrentar la otra gran tragedia, una madre que el dolor de perder a su hija la había hecho enloquecer.

Annette Escandon, una joven madre que le arrestaron a su esposo y cuando vinieron por ella en la madrugada y sus tres pequeños hijos de 5 y 3 años y el menor de seis meses quedaron solos y lo único que pudo hacer fue gritar en medio de la oscuridad, mientras era golpeada para que alguien se ocupara de ellos. Diez años permanecieron aquellos niños en casas de amistades y amigos mientras ambos padres cumplían sus condenas.

Gloria Argudín, niña mimada que a los 19 años salió a pelear junto al líder estudiantil Porfirio Ramírez, fusilado, junto a cuatro de sus compañeros y se enfrentó como una fiera a los abusos, las golpizas y el sadismo de sus carceleros que para amedrentarla la fusilaron con balas de salva.

Gladys Ruíz Sánchez, que fue a prisión junto a toda su familia.

Carmen Veloso que fue separada de sus pequeños hijos y aun no entienden por qué el amor por algo llamado Cuba causó aquella lacerante separación.

Nilda Díaz que cumplió 16 años.

Nereida Polo 17 años.

La Dra. Ana Lázara Rodríguez 19 años.

Y, después, las nuevas generaciones como Carmen Arias, Iliana Curra y tantas otras que siguieron el valiente ejemplo de mujeres que han dejado sus nombres en la historia de Cuba, escritos con sangre.

Entender la tragedia cubana es conocer a una Milagros Bermúdez, con su cara angelical y escucharla hablar del sufrimiento de sus compañeras sin mencionar el propio, solo para que una vez terminada la entrevista, me mostrara las cicatrices en sus senos de las heridas de operaciones producto de las secuelas de las veces que fue agredida con potentes chorros de agua en su pecho.

Cuando Mignon Medrano dedicó su libro: “Todo lo dieron por Cuba” a la tragedia del presidio político de mujeres, incluyo en la portada la frase del jefe de prisiones de Cuba, Manolo Martínez: “Cuando estas mujeres salgan de este engaleramiento, van a salir en cuatro patas.” Error craso, salieron con la cabeza en alto y una estrella en sus frentes.

Por eso, hoy celebro la publicación de “Recuento para la Historia”…para que aprendamos con esta lección estremecedora, para que nuestro pueblo recupere su dignidad…para que nunca más la mujer cubana sea sometida a semejante abuso.


Recuento para la historia
Por Rogelia Castellón

Lo más emocionante derivado de todas nuestras gestas libertarias es continuar escuchando las voces de nuestros hombres y mujeres pronunciando la palabra amada, durante el empeño que los ha llevado, y aún los lleva, a la muerte o a la cárcel. En las cárceles castristas, lo negro de la noche penetrando los ojos de las víctimas, los ha acompañado en el minuto final, cuando el efecto de una bala atravesando sus pechos han terminado sus preciosas vidas, mientras sus voces se han podido escuchar gritando al mundo ¡Viva Cuba libre!

La cárcel no ha sido mejor que el paredón, y ha resultado en la prolongación de la tortura, de la ofensa y de la idea de que cada vida encerrada entre aquellas rejas, ha estado abandonada y perdida para continuar su lucha o para abrazar a un ser querido.

Cuba, libertad, patria y amor, entrega y pensamiento, y siempre Cuba libre.

Hemos tenido hombres y mujeres, en todas nuestras épocas, haciendo Historia. Sembrando palabras en los corazones de otros. Pronunciando frases capaces de quedarse hasta hacerse eternas, dando lo mejor de la juventud y lo hermoso de una familia para ver libre a un hermano, y para que cada cubano pueda algún día decir, estoy criando hijos libres.

Hay otros hombres y mujeres, buscando siempre vidas y leyendas, palabras y pensamientos para dejarlos en la memoria de los que puedan recordarlas y llevarlas a otros pueblos, a otros sentimientos, al mundo entero. Nelson Rodríguez Diéguez y muchas mujeres y hombres, capaces de entender el valor de la causa porque han sido parte del sacrificio, trabajan en este empeño. A través de sus famosos calendarios, fotos, escritos y palabras, muestran a los que no conocen nuestra historia y a los que la han vivido y la recuerdan, todo el sacrificio de la mujer cubana en esta lucha muchas veces amarga, y siempre esperanzada.

Está terminada y será presentada en el recinto del Koubek Center, de la Universidad de Miami, en el una memoria dedicada al recuerdo de las mujeres cubanas que dejaron en el camino la juventud, la familia y el goce de vivir la juventud, para correr en busca de la libertad de nuestro pueblo.

Recuento para la Historia es el nombre. Allí, estarán de pie, con las palabras de nuestro Himno Nacional en sus labios, las mujeres que se hicieron heridas, para ver a una nueva Cuba sin esclavos. Será hermoso, ver en ese lugar, ese día a los niños cubanos, cuyas vidas se desarrollan en tierras libres, porque una mujer cubana entregó en una celda su derecho a ser madre, para que los nuevos criollos nacieran de un vientre libre, de una mujer con palabras. Todos debemos en gesto de gratitud llevar a nuestra juventud a conocer la vida de esas mujeres cubanas. Mujeres sacrificio, mujeres entrega, mujeres cubanas, siempre pensando en Cuba. Llenar el local en ese día es mostrar nuestro orgullo y gratitud por el amor puesto por estas mujeres en la causa de Cuba libre. Debemos cumplir con este deber.

Hay siempre mucho dolor en cada gesto heroico. No se puede levantar la mano y decir una palabra para que la patria se salve como por arte de magia, es necesario entregar la vida para ser enterrado en la tierra amada o entregar el cuerpo para ser torturado en una cárcel. La cárcel es siempre horrible, porque corta las alas y los sueños de los soñadores, y además deja la entrega sin llegar a ser logro. Estas mujeres lo sabían, pero debían intentar con su esfuerzo, que el sueño se hiciera realidad. Lo hicieron.

No puedo buscar espacio en estas cuartillas, para narrar ni las historias ni los sacrificios de estas ex presas cubanas. No voy a decir el nombre de una, si no puedo decir el nombre de todas. Piensen en ellas, como ellas, pensaron en ustedes, cuando buscaban espacios de libertad para el pueblo cubano. Las mujeres de estas historias son cubanas, nacieron en un pedazo de nuestra isla y terminaron de crecer en una mazmorra castrista, golpeadas y vejadas por hombres y mujeres incapaces de sentir amor ni por la verdad ni por el sacrificio. Las que aún están vivas, recorren en libertad sus recuerdos y continúan enviando sus pensamientos a la tierra siempre amada y todavía prohibida.

Nadie sabe mejor que ellas de la tristeza de perder el esfuerzo, y el dolor de saber que no podrán recorrer otra vez la pradera en busca del camino nuevo para todos. Sí, sí tienen heridas estas mujeres, tienen heridas y tienen dentro el dolor de las amigas perdidas, llevadas por la muerte.
Las que no estarán presentes en el acto porque ya encontraron el camino de la eternidad, tendrán un espacio. Veremos en los pasillos junto a nosotros la sombra de sus cuerpos, escucharemos la dulzura de sus voces al entonar el canto de la patria, y sentiremos aquel perfume de amor que las llevó un día a ser entrega.
OTROS TESTIMONIOS:




6 comments:

Angélica Mora said...

Tremendos testimonios!
Gracias

Politicamente Incorrecto said...

---Que puedo decir, Iliana Curra, mi hermana, es motivo de inspiración y CUIDADITO, CON ELLA NO SE JUEGA !!. Se Manda mal de verdad !!. Estoy muy orgulloso de ella.

@aserejebe said...

Muy bien por estos testimonios.
Es hora de que todos conozcan el valor y el sacrificio de todas estas mujeres.
Es hora de refrescar la memoria y hacer que estas bravas mujeres nunca sean olvidadas y que el mundo sepa que la lucha interna aun continua y que es dificil, pero no imposible.

@aserejebe said...

Estos testimonios que reflejan la crueldad del regimen le queda aun el testimonio de las que no pueden.
Las fusiladas.
En la Nochebuena de 1961 Juana Díaz había sido encontrada culpable de alimentar clandestinamente a los "bandidos" del Escambray y fue fusilada.

Estaba embarazada de seis meses. Su sentencia de muerte fue firmada por el Che.

Y todavia hay quienes no saben la verdadera historia ni lo que estos barbaros han cometido en estos cincuenta años.

Iliana Curra said...

Gracias. Realmente conmovedor el documental "Mambisas" y los testimonios de tantas mujeres cubanas. Gracias a ustedes por este honor.

simplex justicia said...

Lo que ha sufrido Ileana y muchas otras mujeres cubanas no tiene razon de ser. Algun dia se conoseran mas testimonios de otrs las cuales alli en la isla todavia sufren ese acoso y maltrato, la lista deve ser interminable.

Carlos M Paez